La cuarentena obligatoria o auto-aislamiento provocado por la pandemia del coronavirus provoca una presión grande en muchas personas. Numerosas parejas o familias se ven obligadas a pasar día y noche encerradas en sus casas por semanas o meses, sin contacto directo con nadie más.
La cuarentena es un periodo de aislamiento y restricción de movimientos de personas que potencialmente han estado expuestas a una enfermedad contagiosa, o como medida de prevención.
El aislamiento de la cuarentena tiene consecuencias en la salud mental de amplios sectores de la población. Un estudio publicado por la revista británica Lancet abordó el miedo y la soledad que enfrentan quienes están en una cuarentena como consecuencia del coronavirus. Los autores del artículo analizaron tres bases de datos de estudios médicos previos, llegando a la conclusión de que los efectos psicológicos negativos de la cuarentena incluyen estrés, confusión, ira, ansiedad y varias formas de miedo.
Los factores que más estresan a las personas aisladas son ignorar el tiempo que va a durar la cuarentena, temor a infectarse, frustración por no poder realizar ciertos planes, aburrimiento, suministro inadecuado de satisfactores y de información, pérdidas financieras y, al tener que salir del aislamiento, enfrentarse al riesgo de contraer la enfermedad.
Una cuarentena voluntaria se asocia con poco estrés y pocas complicaciones a largo plazo, pero no es el caso de la inmensa mayoría, que la realiza de manera forzada.
El ser humano moderno no está acostumbrado a convivir tanto tiempo con las mismas personas y en el mismo lugar, y mucho menos a enfrentar la soledad y el silencio.
Una cuarentena imprime un ritmo de vida diferente, y es una oportunidad de entrar en contacto con uno mismo y con los demás de formas diferentes.
La cuarentena podría ser una oportunidad para cuidar realmente nuestro bienestar y priorizar nuestra salud física, emocional, mental y espiritual.
En este artículo nos enfocamos en nuestra salud espiritual siguiendo una secuencia causal que afirma que, al cambiar al ser, cambian automáticamente el sentir, el pensar, la forma de relacionarse, el hacer, y el tener. Y a nuestro ser espiritual solamente lo podemos contactar en el silencio profundo de la mente y en la solitud.
El filósofo hindú Jiddu Krishnamurti, explica que existen dos tipos diferentes de soledad:
- Soledad incómoda. Es la de una persona que se siente sola, apartada o abandonada y que, por sentirse interiormente incómoda, trata de escapar de sí misma y busca compulsivamente estar con otros, entretenerse y distraerse con algo.
- Soledad madura o inteligente: la de quien no depende de nadie ni de nada para ser o sentirse a gusto y, por tanto, no necesita escapes de ningún tipo.
Quien sufre con la soledad y se siente incómodo, muestra que su vida interior ha estado perdiendo la vitalidad y el esplendor originales que expresaba cuando era niño, porque la ha dejado de cultivar.
Nos hemos vuelto excesivamente dependientes de los estímulos externos, que atraen nuestra atención y nos hipnotizan. Es la realidad de la sociedad de consumo en la que vivimos y no va a cambiar fácilmente.
Es importante idear estrategias que nos ayuden a reducir tanta dependencia de los estímulos externos y a fortalecer nuestra vida interior, con el propósito de retomar el timón de nuestra propia existencia y ser protagonistas de la misma y no simples espectadores.
La avalancha de productos, estímulos y acontecimientos que transmiten los medios, han despertado en nosotros un apetito voraz por las cosas y eventos que ofrece el mundo exterior, y pasamos demasiado tiempo atentos a lo que pasa afuera; cada vez invertimos menos tiempo en recogernos dentro de nosotros mismos para atender nuestros anhelos o necesidades interiores.
De esta manera, se debilita nuestra vida interior y la soledad se va haciendo más incómoda, por lo que tratamos de escapar de ella. Al hacerlo huimos de nosotros mismos porque sólo podemos conectar con nuestra esencia en el silencio profundo de la soledad. Con el paso de los años acabamos por olvidarnos de nuestro verdadero Yo.
Tú eres tu mejor amigo y tu mejor compañía, y tu conciencia es tu mejor consejera.
En realidad, nunca estamos solos. Nuestra conciencia nos acompaña constantemente como fiel e inseparable testigo.
Como cuestiona María Magdalena Davy, ¿la soledad es elegida, o uno es elegido por ella?
En situaciones como un confinamiento a causa de una pandemia, es claro que la soledad es quien está llamando a nuestra puerta para enseñarnos o hacernos comprender algo más profundo.
Un monje cartujo del siglo XII expresa en sus memorias: “cuando me retiro, cuando estoy en soledad, cierro los ojos, no hay nadie alrededor mío, ningún ruido, ningún sonido. Escucho el murmullo del silencio. Y ese silencio es atravesado por gritos, por vociferaciones; son los animales que tengo en mí.” En la soledad me veo. En la soledad me encuentro, me conozco”.
Esa es la razón por la que rehuimos a la soledad: porque en ella bulle nuestro lado oscuro y no sabemos cómo enfrentarlo. Todos los humanos tenemos dentro de nosotros un campo de batalla. El Bhagavad Guita, libro sagrado de la India, relata incidentalmente una batalla histórica ocurrida en el norte de la India. Lo que el autor Vyasa describe, es primordialmente una batalla universal: la enconada contienda que a diario se libra en la vida de cada ser humano, como afirma Paramahansa Yogananda.
Una mañana un viejo Cherokee le contó a su nieto una batalla que ocurre en el interior de las personas.
“Hijo mío, una batalla se da entre dos lobos que están dentro de todos nosotros”. Uno es malvado, es ira, envidia, celos, tristeza, pesar, avaricia, arrogancia, autocompasión, culpa, resentimiento, soberbia, inferioridad, mentiras, falso orgullo, superioridad y ego.
El otro en cambio es bueno. Es alegría, paz, amor, esperanza, serenidad, humildad, bondad,
benevolencia, amistad, empatía, generosidad, verdad, compasión y fe.
La misma batalla ocurre dentro de ti, y dentro de cada persona”.
El nieto lo meditó por un minuto y luego preguntó a su abuelo: “¿Qué lobo gana?”
A lo que su abuelo respondió: “Aquel al que tú alimentes.”
El mismo Jesús, relata Mateo, se enfrentó a sus demonios internos cuando se retiró al desierto de Judea durante 40 días, antes de iniciar su misión pública. Fue tentado con los deseos de la carne, con el deseo del poder político o económico, entre otras cosas, para que se alejara del cumplimiento de su misión. Y Jesús se mantuvo firme y ganó la batalla.
Buda expresa este hecho de la siguiente manera: “Más grande que la conquista en batalla de mil veces mil hombres, es la conquista de uno mismo”.
Y Lao Tsé: “Quien puede conquistar a sus enemigos es fuerte. Aquel que se ha conquistado a sí mismo es poderoso”.
Existe una tecnología precisa para apoyar al ser humano a enfrentar con éxito y sin mucho desgaste esta batalla interior. Es una de las aportaciones de ThEO (The Enlightenment Organization).
Tarde o temprano vamos a tener que enfrentar esa batalla, porque para eso estamos aquí; pero el punto a resaltar en este momento es que el confinamiento ocasionado por el coronavirus nos brinda la oportunidad de valorar la soledad y el silencio interiores. Tal vez surja nuestro lado oscuro y podemos simplemente aceptar su existencia sin resistirlo (porque eso es lo que lo fortalece), y llegar a un acuerdo con él de manejarlo a su debido tiempo, con el apoyo de un experto. Al ver que no le tememos ni lo resistimos, nuestro lado oscuro deja de ser terrorífico y nos deja en paz.
No es la verdad de quien somos en nuestra esencia; tan solo es un polo que necesitamos integrar (aceptar, experimentar y amar sin resistencia alguna, como el Amor Infinito lo ama).
Y entonces se muestra nuestro verdadero ser en todo su esplendor.
Si nos mantenemos en una conversación perpetua, en un parloteo exterior o interior, no podemos ver nuestra esencia, porque ésta sólo se manifiesta en el silencio.
No malgastemos todo el tiempo libre que el coronavirus nos ofrece: dediquemos al menos algunos minutos al día a estar en silencio interior con nosotros mismos.
Y como dice Marie Magdeleine Davy: “En la soledad me veo. En la soledad me encuentro, me conozco.
El hombre, hasta el más lastimoso, lleva en sí la imagen divina, la chispa divina. Es un recipiente de luz, de belleza.
En la soledad comprende que él es un microcosmos, que él lleva al macrocosmos en sí. Él es Tierra, él es Aire, Agua, Fuego. Contiene las plantas, el árbol, la flor, los animales, el pájaro y la serpiente. Es un ser humano. Él puede llegar a ser un ser humano completo.
El solitario no tiene nada que acumular; él se libera de estorbos. En la soledad, la dificultad consiste en comprender que lo esencial no es actuar, sino ser”.
Y continúa María-Magdalena Davy: “En la soledad escuchamos el susurro del silencio, porque el silencio tiene una voz. El silencio habla. El silencio enseña… En la soledad, en los momentos en los que nos acercamos al fondo, estamos religados. ¿Religados a qué? ¿a quién? Religados a lo Eterno. En la soledad mis raíces ya no están pegadas a lo que es transitorio. Las raíces que se sumergen para hacer subir la savia, no pertenecen más al mundo visible. Es el mundo invisible el que nutre; el mundo invisible que no cesa de aligerarnos del peso de las pruebas que nos pone la existencia”.
Concluye la misma autora: “El secreto que enseña la soledad, la revelación de la soledad, es la escucha de la Fuente, y la Fuente nos dice: “lo esencial no es ser amado, sino amar”. Y si amamos en nuestra soledad, nos convertimos en Soles”.
En la soledad surgen preguntas transformadoras como: ¿acaso el dinero colma tu anhelo de felicidad y de plenitud?, ¿la comodidad te colma y te hace expresar la mejor versión de ti mismo?, ¿tu profesión, tus títulos, tus posesiones físicas, te colman realmente?
Si eres sincero contigo mismo te vas a dar cuenta de que no, porque tu verdadero ser busca algo más. Continúas teniendo sed. Pero, ¿sed de qué? Sed de eternidad.
La soledad aviva o despliega el sentido de lo interior. El oído interiorizado capta el murmullo de la Fuente.
Relata Davy: “Me acuerdo de haberme encontrado con una mujer que vivía solitaria. Era extremadamente banal, pero de repente, tuve la impresión de que la experiencia de su dimensión profunda, la experiencia de su fondo, resplandecía en su rostro. Era una mujer que quizás tendría sesenta años y, de repente, parecía de veinte. Ella no tenía edad, se situaba fuera del tiempo, fuera del espacio”.
Y concluye: “Todos hemos visto miradas de luz, fugitivas pero luminosas. De vez en cuando, en el rostro, algo aparece, algo se muestra. Si nos asemejamos a una tierra vacía, a un desierto, si aceptamos una verdadera indigencia, entonces la luz llega”.
En la soledad comprendemos que las formas pertenecen al tiempo, que esas formas están en nosotros, y que es importante integrarlas.
En la soledad nos atrevemos a morir a lo transitorio, al tiempo, al espacio. Si lo hacemos, nos damos cuenta de que no podemos morir porque somos seres inmortales y universales.
En la soledad la profundidad brota. Descubrimos que somos mejores de lo que creemos, mejores que aquello que hacemos. Si en la soledad logramos desarrollar una escucha atenta a la belleza, efectuamos de una manera natural y directa un cambio profundo, una modificación substancial. Se da una especie de metamorfosis.
Conclusión
El confinamiento en casa debido al coronavirus nos ofrece la oportunidad de aprovechar la soledad de manera positiva y transformadora. Para ello es preciso no llenar los minutos y las horas con el ruido de un parloteo incesante a través del celular, las redes sociales, mirar película tras película, etc. Esto lo hacemos normalmente para huir de nosotros mismos, para evadir el encuentro con una parte de nosotros mismos que no nos gusta y que es la causa de fondo de la condición destructiva del ser humano.
Tarde o temprano vamos a tener que hacerlo, así que, ¿no vale la pena intentar hacer las paces con esa parte de nosotros, integrarla y amarla con el apoyo de expertos en la materia?
No se trata de hacerlo ya, sino simplemente de darnos cuenta de que esa es una parte del juego cósmico de las polaridades, y que no es la verdad de quien somos en nuestra esencia.
Lo que sí podemos hacer es disminuir nuestra dependencia de los estímulos externos, acicateados por los medios masivos de información y por la publicidad consumista, y darnos unos momentos a nosotros mismos para establecer un contacto con nuestro verdadero ser que habita en nuestro interior. Solo podemos hacer esto en el recogimiento y el silencio de la mente.
Recordemos las palabras de Jesús: “El Reino de los Cielos (tu verdadera esencia) está dentro de ti”, y: “Cuando quieras hablar con tu verdadera Esencia, ve dentro de ti a tu Cámara interna, y ahí cierra las puertas (a toda distracción externa), y pide lo que anhelas; y tu Esencia, que conoce esos anhelos íntimos, te responderá públicamente”.
No desaprovechemos esta gran oportunidad de ir al interior de nosotros mismos y descubrir en el silencio de la mente nuestra verdadera identidad espiritual.
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